Aprender un lenguaje y cultura diferentes enriquece enormemente. Son tantos los conocimientos que puede aportar, que no se puede describir con palabras, solo se puede comprender viviéndolo en primera persona.
Cada vez estoy más convencido que los diccionarios bilingües son un "intento fallido" de comunicación entre personas con distintas lenguas madre. Y es que viviendo en otro país te das cuenta que pomodoro no significa tomate; no es lo mismo. Y la palabra pizza no refiere la misma realidad en cada país; detrás de ella hay toda una carga antropológica diversa.
Siguiendo la misma línea, no se puede comparar una imagen mental que tienes creada en tu mente con aquello que buscas en otro país. Lo que se aprende en tu ciudad, en tu sitio de origen, queda grabado. [También ocurre de forma temporal, no solo espacial.] Así, podrás buscarlo y buscarlo, que no encontrarás lo que realmente quieres hasta que no vuelvas allá donde lo aprendiste.
El otro día, en "casa", tranquilamente, sin ningún detalle significativo, noté un olor. Un olor que no era real. Un olor especial, que me portó lejos, muy lejos, y me trajo un recuerdo a la mente. Era un olor de mar. Una playa; pero no una cualquiera, no esta que tengo cercana, ninguna de el nuevo país donde estoy. Era aquella playa, esa en concreto. Era ese mar...
Ganas de gritar al mar
No hay comentarios:
Publicar un comentario